domingo, 5 de octubre de 2008

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Alejandro Yusel tenía diecisiete años. Parecía un manojo de hierba fresca recién cortada. Aún tenía cara de niño, aunque su cuerpo ciertamente ya no lo era, debido en parte a esos extenuantes entrenamientos de fútbol. Y era aquí, en los vestidores después de haber terminado los juegos, en las regaderas; cuando se dió cuenta que tenía una extraña fascinación por observar los cuerpos desnudos de sus compañeros. Ya una vez había besado furtivamente a un hombre y nunca había olvidado como este le había dicho que sus besos tenían el sabor de fresas dulces.
No es fácil vencer esos temores, y aunque a simple vista era uno más como todos esos chicos de su edad, necesitaba una válvula de escape para darle salida a esas sensaciones; por ello recurrió a uno de los caminos más fáciles e inseguros: el de las fantasías químicas encapsuladas y embotelladas por un precio mínimo. Dándose valor y teniendo esto como pretexto aprovechó para tener sus primeras experiencias sexuales con personas de su mismo género. ¡Cuán asombrada estaría su hermana si supiera que había tenido sexo oral con su propio primo! Esta envoltura era un mecanismo perfecto para pescar en ese mar de cañas, pero desafortunadamente también podía ser su perdición. Su alma estaba embriagada en una especie de bienaventuranza, de manera tal que sus débiles facultades se encontraban humilladas por tanto placer. Se había vuelto estúpido e incapaz de trabajar o estudiar. Para él no existía nada más que su fantasía. Así somos los hombres, fabricamos la realidad según nuestra manera y nuestras circunstancias ¿no es así como se han cimentado las religiones? Y para Alejandro su religión era esto: su momento, su espacio, su tiempo.Lo demás de verdad ya no tenía importancia. Era preferible disfrutar de una buena masturbación encerrado en el baño viendo revistas.
Muchas veces se imaginaba en el mundo arruinado, y medio de tanta desgracia sólo deseaba profundamente poder tener la oportunidad de pedir una sola cosa, sentir a alguien entre sus brazos para que le dieran un poco de calor y cariño ¡eso simplemente invocaría a la destrucción todo lo creado!....
¿Pero que es la vida sin locuras? Sin ellas se ciega la mente, los músculos se adormecen y el corazón se seca.
El comprendía que otras gentes pensarían que estas preferencias son una debilidad, pero es su debilidad y “las debilidades de los grandes hombres se respetan; el que no las tenga, que tire la primera piedra”.
-Jacobo Ortiz.

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